MARIA. Vida y Figura
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       La figura de María Santísima, Madre de Dios, Virgen inmaculada, elegida, es decisiva en el mensaje cristiano. Por voluntad divina ha sido la asociada a la obra redentora de su Hijo, desde el mo­mento de su encarnación y nacimiento hasta después de su resurrección.
   La mejor visión histórica de María es la que recoge su presencia discreta y silen­ciosa en los textos evangélicos. En ellos aparece en el momento oportuno y siempre en referencia a su divino Hijo. Sólo en función de ellos hay que situar su figura y su misión eclesial.

   1. Seguidora de Jesús

   A partir del momento de su maternidad virginal, María se hace compañera de su hijo. Antes ha sido la elegida, la predesti­nada, la llena de gracia en fun­ción de la misión que Dios le asigna. Mientras duró su vida terrena, se comportó como la madre amorosa que cumple su misión de compañía y asistencia.
  María aparece al principio, al medio y al final de la trayec­toria profética de Jesús de forma suave y sólo referente a Jesús. Y, en el momento de su pasión y muerte, ella se halló presente para unirse a su labor redentora, incluso con su presencia física y con sus sufrimientos maternales.

 


 
 

2. Los hechos evangélicos.

   Son los que definen, con objetividad religiosa más que rigurosamente histórica, la trayectoria terrena de María Santísima

   2.1. Infancia de Jesús

   - Aparece como la elegida de Dios en el momento de la anunciación (Lc. 1. 26-38) y la paralela concepción virginal del Señor. (Mt. 1. 18-25). Acude a visitar a su prima Isabel, ya que el ángel ha informado en su visita sobre la concepción natural y el próximo nacimiento de Juan, el precursor del Mesías en la tierra. (Lc. 1. 39-56)
   - Se muestra fiel cumplidora de la voluntad de Dios cuando tiene que po­nerse en camino hacía Belén, con motivo de un empadronamiento (Lc 2. 1-7). Intuye que así se cumplirá el plan divino de que "será en Belén de Judá, la aldea de David, donde acontecerá el nacimiento del Salvador, en la cueva de pastores, pues "no hubo lugar para ellos en la posada". Jesús nacerá y los cielos y la tierra se llenarán de gozo.
   El acontecimiento tan esperado por todos los siglos, fue anunciado sólo a los pastores, emblema en Israel de los pobres y marginados, será para María el inicio de su nueva misión. (Lc. 2.22-38).
  - Con todo María también estará en la casa con el niño, cuando otros visitantes más socialmente cotizados, los Magos, acudan preguntando: “¿Dónde está el nacido Rey de los judíos?" (Mt. 2.1-12)
  - A los ocho días, con su esposo José, ofrecerá a su hijo para el rito religioso de la circuncisión. Luego, a los cuarenta días, le llevará al Templo, según la ley del rescate, pues Jesús es hijo primogé­nito. Luego ella, en esa ceremonia, recibirá la purificación (Lc. 2. 22-38).
    En el Templo escuchará los anuncios y los presa­gios de Ana, la profetisa, y de Simeón, el venerable visionario de la esperanza. Ella "conservará todas las cosas en su corazón". (Lc. 2. 22-38).
  - Tendrá que huir con su hijo a Egipto, para cumplir con el plan divino de "llamar de Egipto a su Hijo", y de salvar al niño Rey, de los reyes de la tierra que quiere su muerte. (Mt. 2.13-18)
  - Hará de maestra, y será sobre todo madre, a lo largo de la infancia. (Mt. 2.19-23). Incluso, cuando a los 12 años se pierda en Jerusalén con motivo de la visita al Templo, será ella la que le alec­cione y la que "no entienda del todo" su profética respuesta. Con todo Jesús le estará sometido durante sus años de niño, adolescente y joven en Nazareth. (Mt. 2. 19-23)

   2.2. En la predicación de Jesús

   Jesús saldrá a predicar por las aldeas de Galilea, Samaria y Palestina entera y llegará ocasionalmente a Jerusalén. En ese tiempo, la figura de la madre se mantendrá silenciosamente oculta, pero no distante.
   - La hallaremos en el primer milagro de Jesús (Jn. 2.1-12), siendo ella la que indique a los criados lo que deben ha­cer, aun cuando Jesús la haya reconvenido: ¿Qué nos va a ti y a mí?  Aun no es llegada mi hora".
   - Le buscará en alguna ocasión, junto con otros parientes. (Mt. 12. 46-50; Mc. 3. 32-34; Lc. 8.19)
   - Se la recuerda cuando los paisanos de Nazareth queden desconcertados y agresivos ante los hechos de Jesús en la sinagoga. (Mt. 13. 55; Mc. 6. 3)
   - Se la alude como bienaventurada por haber "llevado en su vientre, y luego amamantado, a tal profeta" (Lc. 11.27)
   Los años en que Jesús vivió en la tierra fueron intensamente vividos por la Madre del Señor. Al margen de los de los datos literales evangélicos, existen otras referencias en el corazón.

   2.3. En la hora dolorosa

   En las horas de la pasión y muerte María se hace más presente ante el testimonio de los evangelistas (Jn. 19. 25-27) que recuerdan su presencia ante la cruz y la entrega de la madre al "discípulo amado" por parte del moribundo Jesús.

   2.4. Después de la Ascensión

   María se halló presente en la primitiva comunidad cristiana, a la espera del Espíritu Santo prometido por Jesús. El texto de Lucas insiste con claridad en que se mantenían "orando con algunas mujeres y con María, la Madre del Señor." (Hech. 1. 14)

   3. María, unida a Jesús.

   La figura de María no tiene sentido si queda separada del recuerdo, de la misión y del misterio de Jesús. Ella fue, ante todo, la Madre del Señor. Así la vieron los testigos evangélicos y así la contempló la Iglesia siempre.
   A veces, los pensadores psicoanalíticos, han juzgado la devoción a María como compensación afectiva de feminidad en la religión cristiana. Centrado el mensaje cristiano en el sobrio modelo del hombre Jesús, ella sería el elemento compensador de la ternura que demanda todo ego humano inmadura. Al margen de los resabios naturalistas y reduccionistas que esta visión mariana significa, no cabe duda de que María es alguien muy diferente.
  - Ella es la primera seguidora de Jesús, ya que lo aceptó libremente antes de su nacimiento. Para entender su misión y su significado hay que acudir a la Palabra de Dios. Ello supone profundidad, serenidad, exigencia, fortaleza.
  - Los testimonios evangélicos son la primera fuente para comprender y valo­rar su persona y su misión. En ellos aparece diversas veces y en variadas formas: 6 en Mateo, 1 en Marcos, 13 en Lucas y 3 en Juan. Hay otras 3 referencias en los Hechos de los Apóstoles. El común denominador de esos textos es la fidelidad, la presencia, la energía, la firmeza de la fe y del amor.
   Lo importante para valorar el significado de la figura de María es la certeza de que los primeros seguidores de Jesús la vieron como el modelo de creyente fiel y el prototipo de amante fuerte. La doctrina primitiva en torno a María fue rigurosamente teológica y cristocéntrica, con pocas concesiones a evasiones literarias o míticas. Fue la Madre el Señor y como tal fue venerada.
   Los pensamientos y los sentimientos en torno a la Virgen María se fueron arraigando y desarrollando a lo largo de los siglos, en función de la acción inspiradora del Espíritu Santo en la mente y en corazón de los fieles.
   Por eso hoy contamos con ideas claras y en toda la Iglesia Universal se vive y se aprecia la figura de María como la Mediadora ante su Hijo Jesús y como Protectora del pueblo cristiano. No es una figura más de la iconografía cristiana.
   Han sido los santos, los devotos, los escritores piadosos, los predicadores, los que han promovido la piedad cristiana y quienes han desarrollado la gran devoción que ha brillado en Oriente y en Occidente. Si en algunos ámbitos su figura se ha racionalizado más por efecto de las influencias luteranas y reformistas del siglo XVI, no quiere ello decir que el reconocimiento de su dignidad singular haya sido escasa en el orden bíblico, si bien en las manifestaciones de la piedad respecto a ella se hayan diversificado las actitudes según las diferentes culturas y ámbitos sociales.
   En el desarrollo de la piedad mariana ha sido siempre decisiva la acción del Magisterio de la Iglesia. Todos los Papas, Obispos y santos influyentes han fomentado el respeto y amor en torno a María y han fortalecido la fe de los creyentes presentándola siempre como mo­delo permanente de los cristianos.
  En algunos ámbitos culturales, como los latinos, esa devoción ha revestido especialidades tonalidades de afecto y ternura. Por ejemplo, los Obispos suramericanos, en su Asamblea de Puebla, declaraban sus sentimientos: "El pueblo creyente reconoce en la Iglesia la familia que tiene por Madre a la Madre de Dios. En la Iglesia confirma su sentido evangélico, según el cual María es modelo perfecto de cristiano e imagen ideal de la Iglesia. Porque María no sólo vela por la Iglesia.
  Ella tiene un corazón tan amplio como el mundo e implora, ante el Señor de la Historia, por todos los pueblos. Y ella, María, que es la educadora de la fe, cuida que el Evangelio nos penetre e ilumine en nuestra vida diaria".      (Documento de Puebla. 283-289)

 

   

   4. Mito e ideal

   Tenemos que diferenciar entre lo que son los mitos, que se alimentan de la fantasía, y lo que significan los ideales de vida, que comprometen los juicios y los comportamientos. Hemos de distinguir, cuando hablamos de María, entre lo que ella significa como ideal y lo que puede representar como mito.


   Los ideales se nutren de razones y de criterios. Construyen y configuran los proyectos de vida que formulan los hombres desde la inteligencia. Los mitos son los sueños y las utopías, los hitos sutiles e inalcanzables que todo hombre necesi­ta, unas veces como evasión y otras como compensación, para vivir en apariencia lo que no alcanzan en la realidad.
   La figura de María Santísima ha constituido con frecuencia un mito en la imaginación de los poetas y de los pintores, de los escultores y de los trovadores, en los himnos musicales y en el cincel de los orfebres. Por eso, ha sido muchas veces mito y sueño para los cristianos más sensibles y centro de inspiración para los que se sintie­ron creadores.
   Pero María debe ser, ante todo y sobre todo, un ideal. Al decir ideal se alude al sólido mosaico de criterios, valores y argumentos, que dan sentido real a la vida concreta de los hombres. Ser ideal es mucho más humano:
  - María es ideal del creyente, por ser modelo de la fe firme y de la esperanza sólida que constituyen la esencia del cristianismo como estilo y vida.
  - Ha de ser modelo de persona humana, con todo lo que tiene de grandeza creacional: de corazón, de inteligencia, de libertad y de elección divina.
  - Es también el ser humano más representativo de mujer, pues se alza como persona original por su sexo y por su destino natural. Es, por su irrenunciable dignidad, fuente de amor: amor de ma­dre, amor de esposa, amor de entrega a la causa que su Hijo, amor a la Palabra divina, amor a la salvación de todos los hombres para los que vino Jesús.
   En María, la humanidad queda ensalzada más que en los héroes o en los genios. Su identidad femenina llega a su máxima realización. Su originalidad, su singularidad, su fecundidad, su maternidad, además de irrepetibles, son cautivadoras.
   No es extraño que no podamos hablar de María, sino refiriéndonos al misterio que Dios quiso encerrar en su espíritu, pues en ella lo divino se hace humano y lo humano se hace divino. En ella, la humanidad se eleva a la perfección. Por eso es más ideal que mito, más fuente de vida que centro de ensueños, más estímulo para el bien que expresión romántica de la belleza. Por eso, porque María es verdad hecha mujer para dar paso a la Verdad hecha hombre, María está siempre en la Iglesia.
   El espíritu sutil de S. Agustín decía, en su libro de Soliloquios (1.29), algo que se puede aplicar a María: "Sólo las cosas verdaderas son inmortales. El árbol falso no es árbol y el leño falso no es leño y la plata falsa no es plata.
   Nada de ello dura si es falso. De ninguna cosa puede decirse que es verdad, si no es inmortal. Quien sabe buscar lo in­mortal, encuentra la verdad".

  5. Mujer bíblica

   María, la mujer de Nazareth, madre de Jesús y esposa de José, el artesano, no puede ser entendida del todo, desde la perspectiva cristiana, si no la comparamos con las figuras femeninas que surcan las páginas del Antiguo Testamento.

  5.1. Revisión eclesial

   Así lo ha hecho la Iglesia a lo largo de los siglos y así lo entendieron los escritores cristianos de todos los tiempos.
   El Concilio Vaticano II, al tratar de María, se sitúa en esta pista al decir: "Bajo la luz de madre del Redentor, aparece ya proféticamente bosquejada en la promesa de victoria sobre la ser­piente, hecha a los primeros padres caídos en el pecado (Gen. 3. 15). Es la virgen que concebirá y dará a luz un hijo que se llamará Emmanuel (Is. 7.14). Ella sobresale entre los humildes y pobres del Señor, los cuales esperan confiadamente y reciben de El la salvación". (Lum. Gent. 55)
   María es figura singular, que la piedad cristiana ha ido perfilando con rasgos de ternura y de piedad profunda. No podía ser de otra manera, al tratarse nada menos que de la Madre de Jesús.
    - Tuvo misión de especial resonancia en la primera comunidad de los seguidores de Jesús, como nos consta en las alusiones del Nuevo Testamento. Con los primeros discípulos se mantuvo en oración y esperanza. Con ellos vivió las primeras experiencias después de la Resurrección. Con ellos padeció las inquietudes apostólicas después de la Ascensión.
    - Incrementó su valor como modelo y apoyo de la Iglesia de los tiempos antiguos, como consta en los escritos patrísticos de los siglos II al V. Su veneración aumentó desde que se dio la más significativa definición a su respecto en el Concilio en Efeso, el año 431. Allí se proclamó su carácter de Madre de Dios, contra Nestorio que sólo la reconocía como madre del hombre Jesús.
     - Se desarrolló la piedad mariana a lo largo de los siglos, sobre todo a partir de los estudios teológicos de los grandes escritores medievales y renacentistas. Se la hizo objeto de arte y de literatura, pero también de la teología y de la liturgia. Se perfiló una verdadera Mariología, expre­sada en multitud de testimonios, santuarios, plegarias y devociones.
    Desde el Concilio Vaticano II (1963-1965), la explosión de la devoción maria­na en los últimos siglos inició un proceso de revisión y maduración del pueblo cristiano. Se la miró siempre como la Madre del Señor, y también como mo­delo de la imitación de Jesús.
   En este Concilio se determinó, de una u otra manera, resaltar su carácter de figura de la Iglesia y de miembro excelente del Cuerpo Místico. Con ello se hizo caer a los cristianos en la cuenta de su valor de camino, de modelo y de aliento para los miembros del Cuerpo de Jesús. El estudio de su figura en el contexto de la Iglesia se profundizó en el capítulo VIII de la Constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium).
   Allí se resaltó el significado excelso de la Madre del Señor, reclamando la devoción singular de los cristianos a tan excelsa figura: "La Santísima es honrada con razón en la Iglesia con un culto especial desde los tiempos más antiguos. Se la llama Madre de Dios y bajo su protección se acogen todos los cristianos, suplicando su ayuda en los peligros y necesidades". (Lum. Gentium 66)

   5.2. Figuras bíblicas

   María Santísima ha significado siempre en el Pueblo de Dios el modelo de mujer, la cumbre de la feminidad y de la maternidad, la expresión de la vida humana que, por su medio, recibió Jesús.
   Una serie de figuras del Antiguo Testamento han sido miradas como emblemas de María y de la Iglesia, en cuanto ambas son expresión de la maternidad con relación a los seguidores de Jesús.

    5.2.1. La figura de Eva.

    Es la más frecuentemente aludida por los antiguos escritores. Eva es madre de todos los vivientes en el orden de la naturaleza (Gn. 2. 19-25). María, al dar la vida humana al Hijo de Dios, se hace madre de los cristianos en el orden de la gracia. Eva fue la intermediaria del pecado original.
   María es la intermediaria de la salvación final. (Gn. 3.15) "No pocos Padres antiguos afirman con agrado que, como dice San Ireneo, "el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María, y que "lo atado por la virgen Eva con su incredulidad fue desatado por la virgen María mediante su fe". Comparándola con Eva, llaman a la Virgen María "Madre de los vivientes", como hace S. Epifanio.
   Y afirman aún con mayor frecuencia que "si la muerte vino por Eva, por María vino la vida", como hace San Jerónimo." (Vat. II. Lum. Gent. 56)

   5.2.2. Otras figuras

   Se diversifican con más originalidad, pero siempre suscitan diversos recuerdos y referencias a la Madre del Señor.
    - La presencia y la compañía con el elegido de Dios se hallan en Sara, la Esposa de Abraham (Gn. 11. 12-20 y Gn 16. 15-27)
    - La decisión para cumplir con su misión fecunda está en Rebeca, la esposa de Isaac. (Gn. 24 55-67)
    - La fidelidad y la ternura se descubren en Raquel, la esposa preferida de Jacob. (Gn. 29. 3-30)
    - La estrecha relación con el Profeta de Israel está representada en María, la hermana de Moisés. (Ex. 15.20)
    - El valor y la fortaleza contra los enemigos se encuentran presentes, en Débora la heroína de los primeros cánticos épicos de Israel. (Jue. 5.1-30)
    - El sentido de oración y la humildad se hallan expresados en Ana, la madre de Samuel. (Sam. 2. 1-10)
    - La influencia con el Rey se halla latente en Betsabé, la madre de Salomón (1. Rey. 2 19-22).
    - La audacia para salvar al Pueblo elegido está en Esther, la reina elegida por Asuero. (Esth. 5. 1-8)
    - La prudencia y la decisión se hallan escondidas en Judith, la liberadora de la mano de los enemigos. (Jud. 16.1-17)

   5.3. Nuevo Testamento

   Las diversas figuras femeninas del Nuevo Testamento también se presentan como referencias de María, ya que en la Iglesia, que Jesús quiso establecer para sus seguidores, la mujer tiene especial significado de amor, de fecundidad y de servicio.
  Estas resonancias se encuentran en diversos relatos evangélicos
    - En la generosa disposición de su piadosa prima Isabel, la madre del Precursor, que reconoce por inspiración divina la dignidad de María de ser la Madre del Señor. (Lc. 1. 39.42)
    - En la decisión de Ana, la profetisa del Templo, que vino a hablar de Jesús cuando fue presentado para cumplir la Ley de Moisés (Lc. 2. 36-38).
    - En el gesto doloroso de la viuda de Naim, que lloraba la muerte de su hijo, representando el dolor que pronto María iba a sentir en el Calvario. (Lc. 7.13)
    - En la fraternidad, la fe y la dedicación al servicio de Jesús de las dos hermanas de Lázaro: la convertida María Magdalena y la afanosa Marta. (Lc. 10. 38-41 y Jn. 17-27)
    - En la valiente cananea que demandó la ayuda del Señor y mereció alabanza por su fe. (Mt. 15.28)
    - En la desenvuelta samaritana, que descubrió al Profeta peregrino junto al pozo de Jacob y corrió a proclamar el encuentro a todos los habitantes de la aldea. (Jn. 4. 7-27)
   Con todas ellas, María se presenta como fuerza y vida de la Iglesia, cauce y aliento de los cristianos, esperanza y modelo de cuantos quieren seguir a Jesús. Este es precisamente el sentido del ideal mariano y el alma de la devoción que los cristianos sienten por ella
.

 
 

 

   6. La referencia evangélica
 
   Sin la referencia evangélica, la vida de María apenas si puede entenderse. Es en el Nuevo Testamento en donde aparece con más nitidez la figura de la Madre del Señor. Y sólo desde el Nuevo Testamento se puede descifrar el significado de su vida silenciosa en los comienzos de la Iglesia de Jesús.
   En el testimonio que nos ofrecen los evangelistas, con sus datos sobre la vida y el mensaje de Jesús, María se presenta íntimamente asociada a la obra y a la misión salvadora de su Hijo.
   Lo singular de la biografía de María es el misterioso silencio que ella manifiesta, adornado por los gestos de su presencia en las horas claves de la vida de Jesús.
   Por eso, sin el seguimiento de los hechos y dichos de Jesús, poco o nada se puede decir ni entender de una mujer fiel como ella, que sólo nació, vivió y murió para cumplir la voluntad de tal Hijo.
   La vida de María se inicia desde el hecho sublime de la Encarnación y termina en el latente recuerdo heredado de la primitiva Iglesia, cuando muere de amor y es llevada por el amor al cielo, siguiendo los pasos de Jesús. Entre ambos momentos hay unos pasos maravillosos.
   Ella reci­be el anuncio del enviado del Señor y, aceptada su misión, sólo vive para. (Lc. 1-2). Al declarar su disponibilidad a la voluntad divina. Se hace acreedora a nuestra emocionada gratitud: "He aquí la esclava del Señor: que se cumpla en mí todo lo que has anunciado." (Lc. 1.38).
   Todo lo que podemos decir de sus años sobre la tierra se sintetizan en esa dis­posición de entrega fiel, cumpliendo en todo la voluntad del Padre. Hace posible la venida de Cristo a la tierra. Abre las puertas de la salvación.
   La infancia de Cristo y la vida oculta de trabajador de Nazareth, ocupan la mayor parte de su atención. De esos años nos dicen los testigos evan­gélicos que "su Madre conservaba todas las cosas en su corazón." (Lc. 2. 50-51).